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miércoles, 9 de enero de 2013

El reinado de Luis IX (San Luis), esplendor de los Capetos.

La prematura muerte de Luis VIII dejaba al frente del reino a un menor, su hijo Luis IX, bajo la regencia de su madre, Blanca de Castilla. Por primera vez en la historia de Francia, el poder efectivo era ejercido por una mujer, que supo conjurar los peligros que se cernían sobre la monarquía francesa, debido a que algunos miembros de la familia real querían una participación más activa en la gestión de los asuntos políticos

Saint Louis (1214-1270)
Francia, 1967.
San Luis

Luis IX (San Luis desde 1297) aportó a la realeza francesa un inequívoco prestigio reforzado por la aureola de santidad que acompañó al personaje durante toda su vida. Con Luis IX se hace realidad el principio de la realeza cristiana, con todas sus grandezas y contradicciones. Síntesis del caballero y el hombre de bien, el rey aspiró a desarrollar un programa de gobierno inspirado en los principios de la moral evangélica. La defensa de las causas justas y la búsqueda de la paz entre los príncipes cristianos fueron las dos grandes metas de su reinado. sin embargo, su programa no incluía la subordinación incondicional de la realeza a los dictados teológicos del pontificado.


Saint Louis (1215-1270)
Francia 1954.
San Luis.

A lo largo de su reinado, pueden reconocerse varioas etapas:

La primera, entre 1235 y su enrolamiento en la cruzada (1248):  está marcada por la consolidación de la realeza frente a sus tradicionales enemigos: los señores del Mediodía, el rey de Inglaterra y los barones del Poitou.

La segunda coincide con su ausencia de Francia debido a la cruzada (1248-1252), expresión de un espíritu trasnochado. Fue derrotado en el Nilo, incluso estuvo en prisión. Durante su ausencia se encargaron de los asuntos del país su madre Blanca otra vez y su hermano Alfonso de Poitiers durante unos meses (al fallecer Blanca). Esto simbolizaba a la perfección una solidaridad dinástica de la familia Capeto que evitaba el peligro de cualquier vacío de poder.

La tercera etapa es la más larga y fructífera. Se produce la reafirmación del poder real y personal de Luis IX ayudado por especialistas en derecho romano y teólogos surgidos de las órdenes mendicantes. Los mayores problemas se presentaban con Aragón e Inglaterra.

La reconciliación con Aragón vino a través del Acuerdo de Corbeil (1258): Jaime I renunciaba a sus pretensiones sobre los feudos occitanos salvo la ciudad de Montpellier y el pequeño vizcondado de Carlat en Auvernia; Luis IX renunciaba a sus derechos hipotéticos sobre el Rosellón, Cerdaña y la Cataluña cispirenaica.

Con Inglaterra quedaba la cuestión de Guyena, última de las posesiones de los Plantagenet en Francia. en 1259 se firmaba el Acuerdo de París: Enrique III reconocía la pérdida de Normandía, Anjou, Turena, Maine y Poitou y se veía compensado en la Guyena y los obispados de Limoges, Cahors y Perigueux. Enrique III debía rendir vasallaje por unos territorios por los que antes no había que hacerlo, lo que se terminaría convirtiendo en una fuente de conflictos entre Inglaterra y Francia.